dimecres, 20 de març del 2013

Mil ideas en la cabeza


- Me encuentro delante de la hoja en blanco y se me van las ideas. Tengo mil y una cosas que contar, más de un millón de historias pensadas y tiempo de sobra. Pero cuando me pongo a ello, cuando me decido plasmarlo, todo se esfuma. Se va. Y ya no sé nada.
- Lo mejor es que te vayas. Tú vives siempre en una zona, en un mismo ambiente, rodeada siempre de la misma gente, del mismo aire, de la misma lluvia y del mismo humo gris de la ciudad. Vete. Viaja.
- Tengo 19 años. Con 19 años no me puedo ir muy lejos…
- ¡Por eso mismo, hija mía! ¿Con estos años y escribir lo que escribes? Ojalá en mi juventud hubiese escrito como tú. Yo no hacía más que salir a jugar al fútbol, sacar malas notas y estar enfadado con algunas chicas, casi todas, que me daban calabazas. Si  crees que aún no puedes ir muy lejos, te pido que, al menos, cambies de barrio. Camina horas y horas, empápate de lo que dice la gente, observa cómo son, cómo se mueven y caminan, cómo se divierten. Observa, hija, que es la única cosa que un escritor sabe hacer bien.

Así que esto es lo que hice. Salí de mi casa y empecé a caminar. Caminé horas, como me había dicho, e intenté impregnarme de cada una de las esencias nuevas que encontraba a mi paso.
Objetos desconocidos, olores por descubrir, gente imaginada, vidas desconocidas, suspiros que nunca había oído, y ruidos interesantes. Sí, interesantes.
Vi a chicos, a chicos muy guapos, a chicas, a señoras mayores yendo a buscar a sus nietos al colegio, a señores con corbata y con una carpeta negra en la mano que salían de trabajar. Me fijé en los grupos de amigos. En los grupos de gente mayor. En los grupos de niños que jugaban al parque.
Caminé durante horas. Me fijé en un niño pequeño que iba con su abuela. Me pregunté qué sería de él dentro de unos veinte años. ¿Será guapo? ¿No lo será? ¿Trabajará? ¿De qué? ¿Será un economista? ¿Un gran empresario? ¿Tendrá una novia guapa? ¿O quizás un novio? ¿O ambas cosas? ¿O ninguna de las dos? ¿Lo volveré a ver?
Regresé a casa. Cerré la puerta y meneé la cabeza, sonriendo de oreja a oreja.
No debo ser una buena escritora, porque he visto mucho, me he impregnado de mil y una cosas nuevas, he visto cosas que nunca pensaba que existirían, pero sigo delante de la hoja en blanco. Con mil ideas en la cabeza. Sí, en la cabeza. Pero no en el papel.



A Agustín,
gracias.

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