dijous, 19 de novembre del 2015

Confieso que he bebido

confieso que he bebido

No recordaba el rato que hacía que estaba allí, pero sabía que necesitaba rellenarse el vaso. Suavemente, deslizo su mano por el brazo de la butaca de piel y, apoyándose en él, se intentó levantar. Dejando que sus pies recorriesen solos el camino que separaba el sillón del mueble bar, fijó su mirada en el reloj de cuco colgado en la pared que no paraba de señalar que eran las cuatro y media de la tarde.
Cogió la botella de cristal con sus dedos gordos y arrugados y se volvió a servir dos sorbos de whisky, incluso se atrevió con tres. La tapó bien y la dejó en su sitio, cerrando con un golpe seco el armario de madera. Deshizo los pasos que había andado y se volvió a sentar en el sillón de piel. Dio un sorbo y dejó el vaso en la mesilla de su lado derecho.
Hacía un calor bochornoso, un calor que recordaba a silencio. Era como el aire humeante y vacilante que emerge del asfalto de las carreteras sin fin, un calor como el que habitaba en las llanuras de trigo, o incluso como aquél calor que te impide respirar bien, que asfixia.
Su espalda llena de pelos estaba enganchada al respaldo del sillón. Como sus brazos y sus piernas. Por la nuca, le resbalaban gotas de sudor.
Fue entonces cuando su mente retrocedió dieciséis años atrás y recordó, perfectamente, el día que mató a Lewis Harold.
Habían salido a pescar. Como los buenos funcionarios de los estados de Norteamérica, éste también era su pasatiempo favorito. Esta vez no quisieron ir al Dolly Varden a pescar, y decidieron ir al río que pasaba a tan sólo 15 millas de su ciudad.
Bebieron whisky toda la mañana, también toda la tarde, y no pescaron ni un solo pez. Fue allí, entre sorbos, risas jocosas, ruidos, eructos y borracheras que Lewis confesó, sin querer, que en una de esas fiestas de vecinos, se había tirado a su mujer.
Pero fue un error, confesó.
A Dommy se le enrojecieron los ojos de la rabia y la ira, y cerró los puños para intentar no abalanzarse sobre él y echarle al río.
¡Hijo de la gran puta! ¡Sabes cuánto amo a esa mujer!
Tras explotar, su puño cerrado se alzó en el aire y le intentó propinar un gran puñetazo a su compañero. Lewis, intentando esquivarlo, cayó al suelo. Se intentó levantar y corrió hacia la montaña, escalando las piedras y sorteando los altos pinos.
Dommy fue tras él no para pegarle una patada, aunque seguramente le hubiese sentado muy bien, sino para ver a dónde iba y qué hacía. Ninguno de los dos estaba en condiciones de escalar nada, y mucho menos de bajar después. Así que seguramente fue su alto grado de borrachera lo que hizo que Lewis resbalase y cayera en el río, dándose un golpe fuerte en la cabeza.
Dommy no supo que hacer. Era su amigo, pero lo había traicionado. Como nadie sabía que habían salido juntos a pescar, pensó que lo mejor sería borrar huellas y marchar de aquél lugar. Plegó la caña de pescar, recogió los vasos, limpio la botella para no dejar rastro y la tiró al río. Tras eso, se marchó andando hasta su casa. El coche era de Lewis, así que debía dejarlo allí junto a él.
La policía dedujo que había resbalado. Ni asesinato ni suicidio. Aunque la alta dosis de alcohol en la sangre de Lewis hiciese pensar en lo último.
Dommy escuchó un ruido metálico seguido de un ladrido de perros. Y, sin inmutarse, bebió un poco más. No recordaba el tiempo que había pasado allí ni así. Lo único que sabía con certeza era que tenía que comprar otra botella de alcohol.

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