En la azotea se veía todo mucho más fácil.
De noche, y con el viento revoloteándole el largo cabello
color caoba a causa del viento, el cielo de Barcelona seguía siendo negro, oscuro
y triste.
Pero ella seguía siendo igual de hermosa. Tal vez incluso
lo era más.
El abrir y el apagarse de las luces y su titubeo nos permitía
alejarnos, crear como un pequeño refugio a lo alto de un triste, simple y alto
edificio de tantos de los que había por allí. El reflejo de esas pequeñas luces
la hacía aún más bella.
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